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La historia real de Frankenstein está basada en un caso verídico impregnado de ciencia, muerte y electricidad.
Aunque el libro de Mary Shelley es una obra de ficción gótica, su inspiración proviene de hechos históricos que ocurrieron en la Europa del siglo XIX, donde los límites entre la vida y la muerte se exploraban con una mezcla de curiosidad científica y horror.
La historia de Mary Shelley, autora de Frankenstein novela en la que se basa la nueva película de Guillermo del Toro, se nutre de múltiples fuentes: mitología, filosofía, avances científicos y, sobre todo, de un personaje real que dejó huella en la medicina experimental: Giovanni Aldini.
Este científico italiano, sobrino del célebre Luigi Galvani, llevó a cabo experimentos con electricidad que hoy parecen sacados de una película de terror.
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En 1803, Aldini realizó uno de los experimentos más impactantes de su carrera. El cuerpo de George Forster, un joven ejecutado por asesinato, fue trasladado al Real Colegio de Cirujanos en Londres. Lo que ocurrió allí no fue una simple disección: Aldini aplicó electricidad al cadáver con la intención de reanimarlo.
Según reportes de la época, el cuerpo comenzó a moverse. Abrió los ojos y partes de su cuerpo recobraron movimiento. Aunque el cuerpo volvió a quedar inmóvil cuando cesó la corriente.
La idea de que la electricidad podía devolver la vida se volvió una obsesión para algunos científicos… y una fuente de inspiración para escritores como Shelley.
Aldini no partía de cero. Su tío, Luigi Galvani, había descubierto que los músculos de animales muertos podían contraerse al recibir descargas eléctricas. A este fenómeno lo llamó “electricidad animal”, y sostenía que el cerebro era el generador de esa energía vital.
Aldini llevó esta teoría al extremo, intentando demostrar que los tejidos humanos conservaban esa electricidad incluso después de la muerte.
Y es que, en ese contexto, la ciencia estaba en suspenso constante entre lo posible y lo éticamente cuestionable.
En Francia, por ejemplo, se usaban cuerpos de huérfanos fallecidos para probar los efectos de la electricidad. El astrónomo Stephen Grey también realizó experimentos similares, convencido de que la energía podía provocar movimientos involuntarios en cadáveres.
Shelley conocía estas historias. Durante su estancia en Suiza, en el famoso verano de 1816, compartió ideas con Lord Byron y Percy Shelley sobre ciencia, vida y muerte. Fue entonces cuando nació Frankenstein, una novela que no solo refleja el mito de Prometeo, también los experimentos de Aldini.
El científico Victor Frankenstein, protagonista del libro, representa esa obsesión por desafiar las leyes naturales. Utiliza partes de cadáveres para construir una criatura y la reanima con electricidad, tal como Aldini intentó hacerlo en la vida real. La criatura de Frankenstein, lejos de ser un monstruo sin alma, simboliza el dilema ético de la ciencia sin límites.
La película de Netflix, dirigida por Guillermo del Toro y que se estrenó en el Festival de Cine de Venecia, retoma esta dualidad entre ciencia y horror.
Oscar Isaac interpreta a Victor Frankenstein y Jacob Elordi da vida a La criatura. La película es fiel al libro, pero también hace guiños a los hechos históricos en los que se inspiró Mary Shelley.
Además, del Toro incorpora elementos visuales que recuerdan los experimentos de Giovanni Aldini: rayos, laboratorios oscuros, cuerpos en suspensión eléctrica.
El resultado es una obra que llama la atención por su profundidad emocional y su fidelidad histórica.
Más allá del mito, esta historia nos obliga a reflexionar sobre los límites de la ciencia. ¿Hasta dónde se puede llegar en nombre del conocimiento? ¿Qué responsabilidad tiene el creador sobre su creación?
La novela de Mary Shelley, el legado de Galvani y los experimentos de Giovanni Aldini nos muestran que la ficción, muchas veces, nace de una realidad inquietante. Y que, en ocasiones, los monstruos no están hechos de carne y electricidad, sino de ideas que desafían lo humano.